Si miramos la torre de Mangana nos dará la impresión de que estamos en la
mismísima Venecia, aunque lo que encontremos a nuestros pies no sea agua, sino
serranía agreste y la Hoz del Huécar.
Uno
de los emblemas de Cuenca, sin duda, es la Torre de Mangana,
que se erige tal y como la vemos hoy sobre los restos del antiguo alcázar y,
aún hoy, verás que quedan restos de él. La torre fue restaurada en el siglo XX.
Te
la encontrarás adentrándote en pleno centro histórico conquense, cercana a la escalinata que te lleva a la Plaza de Mangana,
allí estaba en la Baja Edad Media la antigua sinagoga.
Se
trata de una torre de piedra de corte renacentista y aspecto defensivo, con
sillares en las esquinas, con almenas, matacanes y ménsulas con una pequeña
torrecilla en la parte más alta. Naturalmente el reloj que vemos en ella es muy posterior en
el tiempo, al igual que el pararrayos y antena que la acompañan.
Desde las torres defensivas se llevaban a cabo tanto
estrategias ofensivas como defensivas. Así podemos entender el lanzamiento de
piedras, agua y aceite hirviendo, bolas de fuego de diversos modos, con
flechas, con catapultas; y también destaca su importancia como punto
estratégico pues desde la altura se oteaba el terreno y los centinelas cuidaban
de estar al corriente cobre cualquier “particular” que pudiese afectar a la
seguridad de la ciudad.
Hoy
podemos ver también cercana a la torre, la escultura en honor a la Constitución
que hiciera Gustavo Torner.
La Plaza de Mangana se
supone el lugar más antiguo en Cuenca y en ella estaba el Alcázar musulmán, que
era el corazón de la ciudadela, alrededor del cual nacerían construcciones
circundantes al mismo. Es la zona mora y judía de la Cuenca Medieval.