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Ricardo & la historia que no se puede repetir




Artículo de ABC dedicado al caso de Ricardo

Detalle ampliado



Ricardo Rambal Madueño era un joven de apenas 15 años el día 29 de noviembre de 1936. Aquel día se despertó en una fría zanja que habían excavado en Paracuellos del Jarama, Madrid. Allí estaba él, a su izquierda y a su derecha no había más que cuerpos inertes, cadáveres, gente muerta que como él habían sido sacados a la fuerza de las prisiones de Madrid y llevados hasta ese descampado para para ser fusilados.

El muchacho se tocó la mandíbula, que se movía sola y al ver tan dantesco panorama corrió despavorido sin pensar en otra cosa que salir de allí, escapar. Horas más tarde descubrió que tenía en el paladar una bala alojada.

Se llamaba Ricardo y fue uno de los miles de prisioneros que fueron fusilados en Paracuellos del Jarama por la Segunda República, tan vitoreada por algunos inconscienctes, fusilamientos que se llevaron a cabo desde el 7 de noviembre de 1936. El Alzamiento Nacional se produjo el 18 de Julio, pero la Guerra había empezado mucho antes. El 18 de Julio fue el principio del fin del caos y del horror, por más que algunos se empeñen en decir lo contrario.

Todavía no se ponen de acuerdo los historiadores -y en esto tiene mucho que ver la profesionalidad, la vocación y la honradez del profesional-, en el número de caídos a manos de los socialcomunistas republicanos. Las cifras oscilan entre los 2.400 y los 12.000, quizás más…

Ricardo corrió distinta suerte que los demás, no existe duda de que tenía algo más que hacer en esta vida. Quizás ser testigo y difusor de lo que pasó realmente frente a la ocultación y amarillismo histórico y periodístico posterior.

El joven Ricardo había sido acusado de pertenecer a Falange, por ello fue fusilado recibiendo tres disparos en rodilla, estómago y boca. Dijo Ricardo a ABC: «Fui detenido el 4 de junio de 1936 por ser militante de Falange. Sin más acusación, sin juicio previo».

Cuarenta años más tarde, ya en 1977, Ricardo con más tablas en la vida, explicó su terrible experiencia en la noche del 28 de Noviembre a un reportero de ABC llamado Miguel Ángel Nieto y este diario publicó en su día su historia. Contó su historia sobre la tierra sobre la que se desplomó al ser tiroteado, cerca de la tumba que odría haber sido también la suya.

Algunas de las palabras de Ricardo fueron: «No sabía dónde estaba ni qué me había pasado. Serían las doce de la noche cuando abrí de nuevo los ojos. […] Sangraba, sangraba mucho. Sin moverme del lugar en el que había caído, palpé el terreno con ambas manos. El frío de los muertos me hizo reaccionar ¡Qué escena...! cuerpos y más cuerpos sin vida, amontonados, ensangrentados, algunos de ellos terriblemente desfigurados».

Su historia no fue la única contada ni computada pues fueron muchas las voces que dieron testimonio de los asesinatos, de las matanzas a manos de los republicanos en Paracuellos (y en todas partes hicieron lo mismo) cuando los sublevados estaban a unos cientos de metros de Madrid.

Crímenes organizados, crímenes con premeditación y alevosía, con una terrible indolencia y crueldad, según algunos de los autores, realizados por Santiago Carrillo, Consejero de Orden Público.

Santiago Carrillo, ya en la España del Espíritu del 78, en democracia, en su etapa de dirigente político negó la acusación en infinitos casos que se le presentaron, ocasiones en las que arguyó que solo había ordenado la evacuación de 2.000 militares sublevados en el Cuartel de la Montaña, Madrid, unos dias antes. Palabras de Carrillo en entrevista en 2007 fueron: «Lo que reconozco es que no pude garantizar la vida de los reos porque no había un aparato de policía en ese momento y porque había mucho odio», el odio que él se empeñó en extender y alimentar.

Como a muchos, a Ricardo lo enviaron a la Cárcel Modelo de Madrid, cerca del hoy Cuartel General del Ejército del Aire. «Allí me encontré con grandes amigos como el propio José Antonio», afirmó. Al parecer los primeros días preso «no fueron los peores», pues estaban custodiados por guardias que les garantizaban seguridad. Pero el 18 de julio cambió la situación. Dice: «La vida era bastante normal, pero estalló el Alzamiento y las cosas comenzaron a endurecerse: de presos políticos habíamos pasado a ser prisioneros de guerra».

Un mes más tarde, el día 22 de agosto, milicianos exaltados y armados desataron lo que se convirtió en un infierno cuando tomaron la Modelo por sorpresa y sin contemplación asesinaron a unos treinta presos. Ricardo fue testigo de aquella matanza que desencajó la cara de Manuel Azaña, el presidente de la República, que al parecer se veía impotente ante semejante barbarie.

«Ese día, muy temprano, nos hicieron salir al patio a esperar órdenes. Cuando más confiados estábamos, unas ametralladoras, instaladas en unas casas del paseo de Moret, comenzaron a dispararnos. Cayeron muchos, pues nos cogieron por sorpresa. Yo corrí a refugiarme a un muro con otro grupo de presos. En ese instante abrieron las celdas de los comunes, para dejarles en libertad y las ametralladoras dejaron de disparar. Corrimos a refugiarnos en nuestra galería. Algunos de los comunes, antes de marcharse, prendieron fuego a la prisión. La panadería, que estaba debajo de la entrada a nuestra galería, fue la dependencia más afectada, hasta el punto de hundirse el techo y dejarnos aislados del exterior, eso nos salvó».

Las jornadas siguientes las recordaba Ricardo con miedo. Temía a que, al igual que hicieron con sus compañeros, los milicianos exaltados le eligieran para «juzgarle».

Aquello no era más que la simulación de la muerte frente a un pelotón de fusilamiento, eso se produce tras juicio sumarísimo por rebelión, esa era la ley en la época, pero no eran juzgados.

Dice: «Uno de los momentos más emocionantes fue cuando un sacerdote, tío del general Fanjul, nos reunió a todos y nos dio la absolución en bloque».

De aquí en dos días llegaron a la prisión unos milicianos que le direon orden de salir a la calle.

«Nos dieron ropa, antes nos la habían quitado y nos dejaron pasear. Pero no nos daban ni de comer ni de beber y los milicianos, para divertirse, nos tiraban trozos de pan desde las garitas. Dábamos saltos para cogerlos…».

Ese es el socialcomunismo republicano que algunos persiguen tan incansablemente hoy día. Menudo infierno.


Llegó noviembre, las fuerzas Nacionales pusieron a la Segunda República en jaque cuando llegaron a las cercanías de Madrid.

Francisco Largo Caballero, al frente del gobierno, ante la amenaza de ver la capital en manos de sus enemigos, el bando nacional, marcha con su ejecutivo hacia Valencia y deja el mando a una Junta de Defensa que dirigiría el general Miaja; y, como Consejero de Orden Público se elige a Santiago Carrillo, que de hecho fue el responsable de la seguridad de los prisioneros, miles de ellos encerrados (después fusilados y enterrados en fosas comunes).

Se les planteaba a Miajas y a Carrillo la disyuntiva de qué hacer con aquellos hombres presos.

Barajaron su traslado para evitar la ción de una Quinta Columna que pudiese atacar la ciudad desde el interior de la misma.

En vez de distribuirlos por las distintas prisiones, cargaron a millares de reos en camiones y/o autobuses de dos pisos siendo dirigidos a diversos lugares, entre estos lugares, la vega del Jarama, donde fueron fusilados.

Carrillo y la exaltación miliciana fueron los responsables de esos crimenes contra la humanidad.

El hispanista Ian Gibson expuso sus investigaciones en el libro 'Paracuellos, cómo fue: la verdad objetiva sobre la matanza' en el que afirma que los responsables de aquellos crímenes fueron los asesores soviéticos consejeros de la Segunda República como Mijail Kolstov, agente personal de Stalin en España, que se obstinaron en la idea de la imposibilidad de escoltar a tanta gente hasta un lugar seguro. Pero estos fueron ocnsejeros, según Gibson, sin embargo al mando estaba Carrillo y tras las armas que asesinaron a los inocentes Carrillo y los milicianos exaltados socialcomunistas.

Ricardo fue uno de los presos y mientras a otros no a él sí lo procesaron. Dice: «Recuerdo que el día que me juzgaron no había luz y el Tribunal se alumbraba con una vela, lo que le daba un aspecto más fantasmagórico a la escena». Después de unas breves preguntas, escuchó la sentencia.

Cuenta Ricardo: «'Está usted libre', me dijeron, y pusieron un punto rojo a mi nombre. A esas alturas todos sabíamos lo que significaba. Volví a mi celda y abracé a mi amigo, Cousiños, un abogado, íntimo amigo mío. Sabíamos los dos que era nuestro último abrazo».

A muchos presos que fusilaron en Paracuellos los engañaron asegurándoles que habían sido liberados.

El 28 de noviembre lo suben a un camión con otros presos. Ya llevaba una herida de cuchillo de un miliciano por cogertrozo de pan. «Todos íbamos serenos, con un nudo en la garganta. Algunos fumaban muy deprisa un cigarro regalado o robado. Sabíamos que nos quedaba de vida lo que los camiones tardasen en llegar a Paracuellos».

Llegaron al lugar entre las 20´30 h y las 21´00h y, frente a ellos, vieron a un grupo de milicianos que estaban armados con pistolas, con fusiles, con escopetas de caza.

Cuenta Ricardo que: «Hacía frío, pero, créame, que no lo notábamos. Llevábamos la ropa interior y el mono de la prisión, nada más, pero no notábamos el frío. El miedo era la sensación más fuerte, no había lugar para sentir nada más».

Tras caminar cincuenta metros Ricardo fue situado en el borde de una fosa; y, tras breve oración, tres disparos lo hicieron desplomarse junto a sus compañeros. Pero sobrevivió. Cuando recobra la consciencia cuenta que:

«No sabía dónde estaba ni qué me había pasado. Serían las doce de la noche cuando abrí de nuevo los ojos. Me dolía una pierna, el estómago y la boca. Sangraba, sangraba mucho. Sin moverme del lugar en el que había caído palpé el terreno con ambas manos. El frío de los muertos me hizo reaccionar. ¡Qué escena...!, cuerpos y más cuerpos sin vida, amontonados, ensangrentados, algunos de ellos terriblemente desfigurados. Me puse de pie, dudé décimas de segundo y salí corriendo despavorido. Creo que no grité porque tenía un intenso dolor en la boca. Luego me daría cuenta, horas más tarde, que tenía una bala incrustada en si paladar. Era el tiro de gracia que me había entrado por la barbilla, pero afortunadamente el proyectil se quedó en la boca».

Ricardo huyó de allí hacia la carrera, no había milicianos cerca, tenía que alejarse de «aquel lugar dantesco y cruel». Al amanecer se esconde todo el día en unos matorrales, «desfallecido y hambriento». tenía que volver a Madrid.

«Tengo que volver a Madrid, me dije; y cuando anocheció, emprendí el camino de regreso casa».

Después de caminar tres días llegó a las trincheras de Canillejas, después a Leganitos, el lugar donde vivía con su madre. Cuenta Ricardo: «Vi mi casa completamente destruida por una bomba. En ese momento pensé en tirarme bajo las ruedas del primer coche que pasase, ya no podía más».

Lo reconoce una vecina que le da noticia del paradero de su madre. Según cuenta Ricardo la señora le dijo: «Ricardito, ¿qué te han hecho? Tu madre está en los bajos del cine Capitol en un refugio de los Guardias de Asalto». Y, con las escasas fuerzas que le quedaban, iba perdiendo mucha sangre, se encaminó hasta el lugar indicado donde se encontró con su madre, que que lloraba desconsoladamente. Y, al verla, cayó por las escaleras desfallecido.

Cuenta que: «a los tres días recobré el conocimiento, sentía dolor, pero me encontraba mucho mejor. Los que estaban allí refugiados me quitaron la bala de la boca y me alimentaron como pudieron. Después, un guardia de asalto me facilitó un mono, un carnet de la CNT y una pistola. 'Toma, defiéndete como puedas y guarda la última bala para ti'». Pero fue detenido de nuevo a los pocos días y estuvo preso. Cuando salió llega por fin a las trincheras Nacionales, parece que había conseguido su libertad, su vida, du destino.

Ese horror es el que los socialcomunistras persiguen. Semejante historia de horrores infinitos no se puede volver a repetir.




La matanza de Paracuellos, contada por un superviviente en Videos Fuente: ABC.


No es verdad lo que dice un artículo en el diario.es que "La República daba más importancia a los maestros que a los militares, a los intelectuales que a los curas, a las clases desfavorecidas que a las privilegiadas. Por eso la destruyeron. Por eso hoy destruyen su memoria".

La república es solo una forma de gobierno, no es una ideología, es una forma de gobierno. Pero la república aquí en España se alió con el socialcomunismo, con el estalinismo, con el radicalismo más feroz y fue un desastre total y absoluto. Ya se pueden poner como quieran hoy día quienes la defienden esto es así y la historia es testigo de ello.

Los buenos ideales los persigue la gente de bien y de orden independientemente de si se consideran de derechas o de izquierdas, pero el escaparate de las izquierdas que tenemos hoy, se parece demasiado a aquel que fue y que hubo de rectificar porque o ellos o todos nosotros. Esto es innegable. Los políticos, antes de ser políticos deberían pasar por la facultad de Filosofía y Letras, por la Facultad de Geografía e Historia, por la Facultad de Humanidades, según el caso y los programas de las universidades. Pero deben conocer la historia para no repetirla en sus peores extremos. No se entiende que se obstinen en defender lo indefendible. Hay que ser honestos antes que ser políticos, es más, ningún político desonesto debe tener la posibilidad de ser político y menos de llegar al poder. Estos extremos parecen superados hoy día para el mal común. Algo que sin duda ha de corregirse. Los valores han de presidir. Ha de presidir el bien comú. La guerra ya pasó, no dejemos que algunos miserables se obstinen en desenterrarla.




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